Frente al grito de hambre —toda clase de «hambre»— de tantos hermanos y hermanas en todas partes del mundo, no podemos quedarnos como meros espectadores alejados y tranquilos. El anuncio de Cristo, pan de vida eterna, requiere un generoso compromiso de solidaridad con los pobres, los débiles, los últimos, los indefensos.
(Ángelus, 29 de julio de 2018)